como detectar un mal vino

Cómo detectar un mal vino: Guía completa para no equivocarte en la copa

Saber como detectar un mal vino es una habilidad indispensable para cualquier amante de esta bebida. No hace falta ser sommelier ni tener una cava llena de botellas añejas para detectar los defectos más comunes. Basta con conocer las señales, confiar en los sentidos y tener claro que un vino malo no se perdona… ni se bebe.

Un vino puede fallar, ya sea por un defecto en la elaboración, un problema de conservación o simplemente por haber pasado su mejor momento. Lo importante es saber identificar esas pistas que indican que algo no está bien. Esta guía reúne los defectos más frecuentes, cómo detectarlos sin rodeos y qué hacer si aparecen en una copa.


¿Qué es un vino en mal estado?

No todo lo que suena raro en un vino es un defecto. A veces, un vino se presenta con matices sorprendentes, incluso desafiantes, que forman parte de su estilo. Pero hay una línea clara entre lo distinto y lo defectuoso.

Un vino en mal estado es aquel que ha perdido sus cualidades por causas ajenas al proceso normal de evolución. Puede ser consecuencia de contaminación, mala guarda, oxidación excesiva o incluso por haber sido embotellado con errores técnicos. El resultado es un producto desequilibrado, desagradable y muy lejos de lo que debería ofrecer.


Principales defectos del vino y cómo identificarlos

TCA (Tricloroanisol) o “olor a corcho”

Uno de los más conocidos y temidos. El famoso “vino acorchado” es el efecto del TCA, un compuesto químico que contamina el corcho natural y, por extensión, al vino. Aunque no es perjudicial para la salud, sí arruina por completo la experiencia.

Este defecto se detecta con facilidad si se sabe qué buscar: aromas a cartón mojado, sótano húmedo, papel viejo o madera podrida. El vino pierde toda expresión frutal, se siente plano y sin frescura. Es como si la bebida hubiera sido drenada de vida. Cuando esto ocurre, no hay discusión posible: la botella debe ser devuelta.

Oxidación

Una oxidación mal controlada convierte un vino en una sombra de lo que fue. Este defecto aparece cuando el vino ha estado en contacto excesivo con el oxígeno, lo cual puede suceder por un corcho seco, una mala conservación o por haber permanecido demasiado tiempo abierto.

Los síntomas son claros: el color se torna más oscuro de lo esperado, con matices anaranjados o marrones. En nariz, predominan aromas a manzana podrida, nueces rancias o incluso sidra pasada. En boca, el vino resulta plano, apagado y sin frescura. Un espejo exacto del aire que lo arruinó.

Acidez volátil

Nada huele más fuera de lugar en una copa que una nota intensa de vinagre o esmalte de uñas. Es el rastro inequívoco de la acidez volátil, otro de los defectos comunes, especialmente en vinos mal conservados.

Causado por bacterias como el Acetobacter, este problema transforma el alcohol en ácido acético. El resultado: un vino que pica en nariz, desequilibrado en boca y que invita más a limpiar ventanas que a brindar.

Brettanomyces

El “brett” es uno de esos defectos que generan debate. Para algunos, una dosis mínima aporta carácter. Para otros, es una señal de alerta. Se trata de una levadura que, al desarrollarse en el vino, libera compuestos aromáticos muy particulares.

Entre los descriptores más habituales: cuero, establo, sudor animal y una especie de rusticidad terrosa. En pequeñas cantidades, puede aportar personalidad. Pero cuando domina y enmascara los demás componentes, se convierte en un defecto difícil de perdonar.

Reducción

La reducción es el opuesto a la oxidación. En este caso, el vino ha estado demasiado aislado del oxígeno, lo que genera compuestos azufrados que alteran su perfil aromático. El resultado: olores a huevo podrido, col cocida o incluso goma quemada.

Algunos vinos con reducción leve pueden “abrirse” con aireación, devolviendo sus aromas originales. Pero si el defecto persiste tras unos minutos en copa o tras decantar el vino, el problema es estructural y no tiene solución práctica en casa.


Consejos para evitar y manejar vinos defectuosos

Evitar los defectos del vino empieza por cuidar el entorno y hacer elecciones informadas:

  • Temperatura y almacenamiento: el vino debe conservarse lejos del calor, la luz solar y las variaciones térmicas. Una temperatura constante y moderada es clave.
  • Revisar la añada: algunos vinos están pensados para consumirse jóvenes. Guardar un blanco ligero o un rosado durante cinco años es arriesgarse a encontrar una oxidación innecesaria.
  • Observar antes de servir: si el corcho sale con dificultad o está seco, puede haber problemas. Oler el corcho, la copa y evaluar el color del vino son pasos sencillos que marcan la diferencia.
  • Actuar con confianza en restaurantes o tiendas: si se detecta un defecto claro, debe comunicarse sin timidez. Nadie que entienda de vino se ofenderá ante una observación bien argumentada.
  • Evitar malas condiciones de transporte: una botella olvidada en el maletero en verano puede acabar completamente cocida. Y eso, el vino, no lo perdona.

Detectar un mal vino es cuestión de entrenamiento sensorial y de saber interpretar las señales que el vino transmite. Cuando algo huele a cartón mojado, a manzana pasada o a establo sin ventilar, no es el terroir el que se está expresando. Es un aviso claro de que ese vino está dañado.

Aprender a identificar estos defectos es también parte del viaje de quienes disfrutan el vino con curiosidad y criterio. Con estas claves, nadie volverá a dudar al levantar la copa. Y lo más importante: se evitarán decepciones innecesarias. Porque el vino, cuando está bien, es puro placer. Pero cuando está mal… es mejor dejarlo pasar.



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